Los BRICS, Trump y los dilemas europeos
De FUNDACION ICBC | Biblioteca Virtual
Udo Bullmann y Uwe Optenhögel, Nueva Sociedad, Julio de 2025
Bajo la doctrina «America First» (Primero Estados Unidos) de Donald Trump, Estados Unidos se ha retirado de numerosas organizaciones y acuerdos internacionales (el Acuerdo de París sobre el cambio climático, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), los Objetivos de Desarrollo Sostenible y otros). Con el cierre de Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), el gobierno de Trump le ha puesto fin a la política oficial estadounidense de cooperación para el desarrollo. Este giro hacia el unilateralismo prioriza la soberanía y los intereses nacionales sobre la cooperación multilateral. El creador y hasta ahora autoproclamado riguroso defensor del orden multilateral vigente -que en realidad practica desde hace tiempo manteniendo un doble rasero- está cambiando de bando y uniéndose a los defensores de una visión de la política mundial basada en imperios rivales acompañados de sus Estados vasallos en sus respectivas esferas de influencia. Esto pone bajo presión a los demás actores del escenario para que redefinan sus roles y también abre un espacio para nuevas alianzas.
Desde que los BRICS (originalmente, las economías emergentes de Brasil, Rusia, la India y China, a las que rápidamente se unió Sudáfrica en 2010) entraron en el escenario internacional durante la crisis financiera de 2009, el bloque se ha percibido a sí mismo como un rival del injusto modelo de globalización neoliberal y del orden multilateral vigente. En consecuencia, la agenda de los BRICS era desarrollista, lo que permitió que la voz del bloque se escuchara no solo en el Sur global, sino en todo el mundo. Sin embargo, con la recuperación de la economía global, y en el contexto del desinterés occidental por las reformas, las ambiciones de desarrollo de los BRICS se vieron en gran medida frustradas. Durante una década, el bloque prosiguió su existencia en las sombras de la atención internacional.
Los BRICS solo reaparecieron en el escenario internacional en el contexto de la pandemia y la guerra de Rusia contra Ucrania. Esta vez, las propias contradicciones del bloque con Occidente se han hecho más visibles. Como resultado tanto de la negativa occidental a clasificar las vacunas contra el covid-19 como «bienes comunes globales» como del amplio sistema de sanciones impuesto a Rusia, creció el sentimiento antioccidental en el Sur global. Las políticas de sanciones de Estados Unidos y Europa han generado problemas para el comercio global, mientras que para muchos países del Sur global la presión de la deuda ha vuelto a ser parte de la agenda. Así, los BRICS han pasado de ser un bloque con ambiciosos objetivos de desarrollo a ser un rival geopolítico para Occidente. Este cambio de prioridades se documentó en la ampliación del bloque en 2024 para incluir a Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. Esta adhesión de importantes exportadores de energía impulsó la relevancia del bloque como asociación energética y financiera. Y países como Irán, Rusia y China están muy motivados para desarrollar un sistema monetario alternativo, ante el temor de sufrir sanciones y ser excluidos de la economía basada en el dólar.
Al mismo tiempo, estos acontecimientos arrojan luz sobre las fisuras internas que han experimentado los BRICS desde su fundación. La India y Brasil se opusieron a la ampliación del bloque y, junto con Sudáfrica, se muestran menos inclinados a posicionarlo contra Occidente. En cambio, desean utilizar los BRICS para democratizar y reformar el orden existente. Las democracias de los BRICS están más interesadas en una auténtica multipolaridad, en la que los países sean lo suficientemente autónomos como para maniobrar entre eventuales bloques liderados por Estados Unidos y China. Esta divergencia entre los países antioccidentales y los países no alineados o multialineados continúa, y las fisuras siguen siendo una característica del bloque. Con la admisión formal de Indonesia, una de las mayores democracias del mundo, en enero de 2025, esta divergencia no ha hecho más que profundizarse. La dicotomía de estas fuerzas determinará probablemente no solo el futuro de los BRICS, sino también el del orden global.
Europa y los BRICS: ¿intereses superpuestos?
Europa, con su sistema de gobernanza multinivel con numerosos elementos deliberativos, lucha por seguirle el paso al dinámico desarrollo del sistema internacional. La denuncia del presidente estadounidense contra lo que durante décadas se ha llamado «Occidente» parece ser el argumento definitivo para que los europeos aspiren seriamente a la autonomía. Esto implica crear nuevos alineamientos o bien fortalecer alineamientos alternativos. Debido al bajo grado de institucionalización del bloque BRICS, el contacto tiende a darse directamente entre los países miembros. Este contacto se ha caracterizado por el diálogo (a menudo sobre prevención de conflictos), cuestiones económicas y comerciales, y la cooperación multilateral ante desafíos globales (cambio climático, desarrollo, entre otros). Con el aumento sostenido de la incertidumbre en las relaciones internacionales, surgen en el horizonte áreas de interacción más concretas.
Cada vez son menos los actores internacionales dispuestos a realizar sus transacciones en dólares estadounidenses. Esta tendencia es particularmente notoria en el sector energético, donde muchos actores, entre ellos los BRICS, optan por alternativas. Bajo el gobierno de Trump, el dólar ha experimentado una mayor volatilidad debido a las impredecibles amenazas arancelarias. Al diversificar sus reservas de divisas, los países en desarrollo buscan reducir la vulnerabilidad a los shocks externos. Su objetivo no es solo la independencia financiera –por ejemplo, para evitar perjuicios en la conversión–, sino también la autonomía política. En este contexto, la amenaza de Trump de imponer aranceles universales no disuade a los BRICS de seguir su propio camino. De hecho, su amenaza arancelaria los ha acercado más a China y Rusia y a sus «ambiciones económicas alternativas».
Esto podría conducir a cambios fundamentales en el sistema financiero global, aunque no necesariamente negativos. Europa podría incluso beneficiarse, si actúa estratégicamente. El euro es la segunda moneda más importante en los mercados internacionales y representa alrededor de 20% de las reservas globales. Para impulsar este desempeño, la Unión Europea debe ofrecer a los inversores, especialmente a los del Sur global, una alternativa genuina al dólar. Un mercado europeo de bonos aumentaría aún más la relevancia global de la eurozona. Esto apuntalaría la fortaleza de la economía europea y daría vigor al euro como moneda de reserva internacional, reduciendo la dependencia de Europa de las incertidumbres políticas y económicas de Estados Unidos. Fortalecer el papel del euro en la transición verde, profundizar la integración de los mercados financieros y avanzar en el proyecto del euro digital también podría impulsar la posición y la influencia internacionales de Europa.
La opción de alinear más profundamente las economías del Sur global con el mercado de capitales de la Unión Europea daría grandes ventajas a los países en desarrollo, entre ellas el acceso a capital estable y transparente, una mejor gobernanza corporativa, progreso tecnológico y una mayor resiliencia económica. La unión de los mercados de capitales de la Unión busca crear un mercado unificado que facilite la inversión y la estabilidad económica. De esta manera, los países socios de Europa también podrían atraer financiación esencial para el desarrollo de infraestructuras e industrias, reduciendo costos de capital e incrementando la inversión extranjera directa. La integración financiera permite, además, asignar capital y compartir riesgos de modo más eficiente, apuntalando los sectores financieros nacionales y diversificando las economías.
La exposición a las normas regulatorias de la Unión Europea podría promover una mejor gobernanza corporativa, transparencia y confianza de los inversores en empresas ubicadas en países del Sur global. Además, la colaboración con los sofisticados mercados de la Unión Europea acelera la transferencia de tecnología y la innovación, mejorando la competitividad global de sus economías. Asimismo, los dinámicos y variados mercados de estos países ofrecen valiosas oportunidades para la diversificación de carteras y una mayor rentabilidad, atrayendo a inversores globales y apuntalando el desarrollo del mercado financiero local.
Objetivos de Desarrollo Sostenible: ¿una preocupación común?
Al igual que la Unión Europea, los países BRICS se han comprometido con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. Según diversos informes, los países europeos ocupan los primeros puestos en la implementación de estos objetivos. Sin embargo, en cuanto a los efectos indirectos internacionales, los países de altos ingresos, incluidos los de la Unión Europea, tienden a generar efectos negativos. Esto se relaciona principalmente con la producción y el consumo no sostenibles, que impulsan la deforestación y otros impactos ambientales y sociales negativos a escala mundial.
Incluso en áreas donde la Unión Europea intenta renovar su arsenal legislativo para cumplir con las agendas de sostenibilidad de 2030, se la acusa de obstaculizar las reformas sostenibles en las economías del sur. La legislación del Pacto Verde Europeo, por ejemplo, plantea interrogantes. La Unión Europea debería ser consciente de este problema, incentivar el diálogo legislativo y revisar sus políticas con impacto en el Sur global para mejorar las relaciones mutuas. Los accionistas africanos temen motivaciones proteccionistas por parte de Europa y desean que sus opiniones sean incluidas con mayor antelación en el proceso de dar los últimos retoques a la legislación europea.
El desafío de Europa
Si la Unión Europea desea seguir siendo un actor global, debería prepararse porque la multipolaridad llegó para quedarse y el panorama estratégico probablemente se volverá aún más complicado. Para avanzar en un contexto como este, la Unión Europea deberá superar la perspectiva transatlántica centrada en Occidente. Necesita claridad respecto a sus propios intereses y, al mismo tiempo, voluntad política para un compromiso auténtico y justo con los países en desarrollo. Esto implica compartir el conocimiento y la experiencia de Europa con los socios, pero no sermonearlos. De hecho, la Unión Europea debería estar en mejor posición para hacerlo que muchos otros actores. Como alianza de Estados miembros muy diferentes con intereses muchas veces contrapuestos, está acostumbrada a desafíos complejos y al arte del mutuo acuerdo en las negociaciones.
En la realidad actual, donde los países ricos del Norte están reduciendo riesgos y abandonando las dependencias unilaterales de países individuales, los países en desarrollo del Sur tienen influencia por primera vez en años. De pronto, se los está cortejando, ya sea por sus materias primas, porque son necesarios para gestionar la migración o simplemente porque la creciente polarización entre China y Estados Unidos está abriendo un espacio de negociación adicional no solo para los grandes países del BRICS, sino, en algunos casos, también para los «don nadie» de la comunidad internacional.
Los BRICS están dando a muchos de estos cambios una fachada institucional. Para que esto sea exitoso, a menudo basta con promover una política simbólica. Al observar el legado de la «asociación informal», es evidente que los logros sustanciales en materia de desarrollo y economía no han sido muchos. En contraste, el impacto geopolítico en un mundo de discursos contrapuestos es considerable. Sin embargo, la historia enseña que un mundo con múltiples centros de poder tiende a aumentar el riesgo de conflictos y guerras. Un mundo multipolar solo puede garantizar estabilidad si las principales potencias colaboran. Cuando la multipolaridad no está integrada al multilateralismo, el resultado puede ser la fragmentación y la guerra.
Nota: La versión original de este artículo en inglés se publicó en Progressive Post el 26/6/25 y está disponible aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca.